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jueves, 23 de junio de 2011

Torear en Alizaces, o los efectos del veneno


Todos cuantos habéis toreado en alguna ocasión, sabéis que este es un veneno peligrosamente adictivo.
Quizás sea esta la única razón – los antitaurinos no lo saben – por la que estaría sobradamente justificada su prohibición.
Sin embargo el sábado pasado en Alizaces (Salamanca) pude comprobar como el efecto de este veneno provoca en quien lo prueba comportamientos extraños:

1.- Percepción distorsionada de la distancia: ¿Cómo si no se explica que Vicente y Pepe, fueran capaces de recorrer más de 1200 kilómetros para compartir una jornada de campo y torear así de bien un par de becerras?

2.- Percepción distorsionada del tiempo: ¿Cómo si no se explica que duren tantísimo los naturales de Juan cuando encaja los riñones?

3.- Cambios en la relación con el entorno: ¿Cómo si no se explica que Emilio pueda transmitir la sensación de que en el mundo sólo existen una erala y él?

4.- Disminución del control sobre los pensamientos: ¿Cómo se explica que Manuel derrochara semejante caudal de valor para demostrar lo insignificantes que eran algunas críticas que recibió desde el tendido?

5.- Aparente confusión de los sentidos: ¿Cómo se explica si no que los muletazos que dio provocaran en Alberto esa sensación agridulce de recién despertado de un sueño hermoso?

6.- Confusión del tamaño de las cosas: ¿Cómo si no se explica que algunas vacas me parezcan tan grandes en el chiquero y se vean tan chicas en las fotos?

En definitiva, el toreo despierta - como pocas cosas - la doble ilusión de vivir momentos de intensa emoción y de sentir el cariño de los amigos.



Es este un mínimo resumen de lo que sentí el pasado sábado en Alizaces y que no me resisto a compartir con vosotros a través de estas imágenes.