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Han pasado los años y todo eso sigue -a mi juicio - plenamente vigente hoy en día.
Gustan algunos “aficionados” de asistir a las corridas de toros provistos de pañuelos de varios colores – blancos y verdes - que agitan con vehemencia para hacer saber a la autoridad sus opiniones y propuestas acerca de cómo se ha de conducir el desarrollo del festejo.
Me parece bien y les animo a continuar.
Pero después de las últimas polémicas presidenciales de Madrid he leído opiniones de este estilo: "... el presidente cumplió con su obligación al desatender la petición de los autobuseros orejeros que había en la plaza frente a atender a las protestas de los aficionados que allí estaban y que, en definitiva, son los que van (y pagan, sea dicho de paso) todos los días…”
¿Cuál es la decisión correcta?
Cometemos un error de bulto los aficionados si creemos que ocupamos una posición de superioridad frente al resto de espectadores.
No nos confundamos: en una plaza de toros "sólo" hay toros y toreros en el ruedo y espectadores en las gradas.
Cada uno con su criterio y con sus motivaciones. Cada uno con sus conocimientos o desconocimientos, pero todos con una entrada en el bolsillo y un pañuelo para dar su opinión. Y todas cuentan o deberían contar por igual a la hora de valorar el éxito de los toreros.
Acaso algunos serían felices si en la taquilla al retirar su localidad se obligara al espectador a responder un pequeño cuestionario y, en función de sus respuestas, se le asignaran pañuelos de colores diferentes:
Blanco con leyenda “orejero” si ha venido en autobús a animar a su torero. Cuenta por uno.
Amarillo con leyenda “superior” si viene de comer rabo de toro y tomar café con un ganadero y los directivos de una peña. Cuenta por 10.
Burdeos con leyenda “élite” si sabe resolver acertadamente el sortilegio de cómo quedarse completamente cruzado con el toro para ligar el tercer muletazo de cada tanda. Cuenta por 100.
Sería fácil un cómputo cromático y la aplicación por el presidente de una fórmula polinómica que hiciera un cálculo preciso y exacto de la decisión a tomar.
Tal vez hubiera que arrimar una nueva silla en el palco presidencial para que la ocupe el “asesor estadístico”. No sería esto un problema sino una forma esta de crear nuevos puestos de trabajo entre matemáticos y universitarios cualificados. (Dejo ahí la propuesta).
Quiero para mí el pañuelo blanco y huyo de aquellos aficionados que para afimar su condición de élite cavan con su intransigencia y desprecio la fosa en la que deberían recluirse, expulsados de las plazas, la masa de ignorantes y patanes.
Dejémonos de historias. El reglamento es sabio. La fiesta es del pueblo:
Al presidente le cabe la obligación de evaluar si la petición es mayoritaria o no a la hora de conceder la primera oreja. Ya impondrá su criterio y el rigor de la plaza en la concesión del segundo trofeo.
A los aficionados nos cabe la responsabilidad de expresar nuestra opinión y con nuestra actitud en el tendido y nuestros argumentos tratar de extender el conocimiento entre el resto de los espectadores con la ilusión de que tal vez algún día seamos capaces de llenar otro autobús.
Si en alguna ocasión el precio a pagar por ello es que algún joven novillero mantenga su ilusión y la de sus paisanos me apunto con gusto a pagarlo.
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