Como sabéis durante estos meses de enero y febrero, nuestro
amigo Mario Campillo, decidió alegrarnos las caras organizando un nuevo Taller
de Tauromaquia.
Ayer el primer grupo de alumnos pudo disfrutar enfrentándose
a 5 tunantes de la ganadería de Eladio Vegas a quien hay que agradecer su colaboración.
Digo tunantes porque no tuvieron maldad. Bravura tampoco. Pero esto es tan fácil decirlo después de que pasan las cosas… Oficio difícil
ese de criar reses bravas.
En fin con este material y contra media plaza de viento tuvieron
que salir a la pizarra y rendir cuentas de su aprovechamiento la mitad de los compañeros del curso.
Os confieso que pasé envidia en el callejón viéndoles torear
y que sentí en carne propia la tentación del espontáneo, pero conseguí mantener
el tipo escondido detrás de la cámara de fotos.
Y como se trataba de un curso, se sucedieron las lecciones:
Conviene empezar por abajo
Enseñar la muleta adelante, plana y con los riñones
encajados
Y a pesar del viento,
quedarse muy quieto y muy derecho. Dicen que brazos, cintura y muñecas son todo
lo que se necesita para torear bien.
Vimos echar los vuelos, para enganchar y dibujar algún lance
chispeante
También aprendí que si uno se convence puede con la violenta embestida
del animal más fuertecito.
Pero hubo más lecciones, muchas más tantas como toreros
saltaron al ruedo:
Para emocionar, pasión y arrebato. No pasa nada si para ello hay que barbear el
límite de las prisas. Hay que calentar.
Sin embargo, para arrancarme un olé grande también funciona dejarse
ir detrás del muletazo y sentir que quien torea lo hace para sí mismo.
Y sobre todo querer. Cuando un hombre quiere de verdad, es
capaz de olvidar los años para mezclar un punto de inconsciencia con toneladas
de ilusión y provocar un milagro de belleza y torería.
Rotos los nervios, el torero se relaja y goza. Para el reloj
y se transfigura. ¿Cuánto dura un pase? Un segundo, una hora, la tarde entera,
un muletazo para toda la vida.
Pudimos ver el dulce sabor de los comienzos, los primeros
pasos de quien sin duda llegará lejos, que alegran al maestro porque el alumno demuestra
que aprovecha cada consejo.
Y nos enseñaron que aquí también cabe el tiempo de disfrutar,
de divertirse, y se puede enamorar jugando al toro con la alegría del patio de
la guardería.
Cuantas lecciones. Cuesta no distraerse. Para ello a veces
conviene un golpe en la mesa. Firmeza, técnica y hacer lo que hay que hacer,
sin concesiones ni galerías, es el camino más seguro para no extraviarse. En
este momento siento que explota Castilla en el corazón de Castilla.
Y aprendimos la importancia que tienen en el toreo la suerte y la paciencia. Cuando
todo parece que se acaba, surge la oportunidad para dejar claro que uno sabe
torear. Discretamente, con paciencia, sin desesperarse ni llamar la atención. Y
se acierta con la colocación y con la altura y con el trazo.
Y con ritmo y suavidad
brota de donde parece que no hay, un hilillo de bravura para que mane la fuente
del toreo con cuatro o cinco naturales. ¡Agüita fresca!
También hubo tiempo para los refranes, “quien no apuesta no
gana” y sitio para los que, ayer tapias de lujo, serán tal vez mañana nuestros
toreros preferidos.
Pero hubo entre todas una lección especial, la más
importante, la que a veces se nos olvida, la que más agradezco: Torear es extremadamente difícil.
Sólo quienes os habéis puesto delante alguna vez lo sabéis.
Es un ejercicio de valor, de control personal, de entrega, de técnica, de
expresión, de arte, me dejo tantas cosas…
Pero cuando se tiene la humildad necesaria para pedir y aceptar
la ayuda y se encuentra la generosidad de quien la ofrece, puede conseguirse
todo.
Puede llegarse incluso a sentir como pasa cerquita el
resoplar furioso de un animal bravo y como el torero lo provoca, lo espera, lo
conduce y lo suelta a cambio simplemente de una emoción incomparable.
¿Verdad
Alejandro?
¡¡Además de un Aficionado cojonudo también un magnifico cronista!!.
ResponderEliminarUn abrazo