Los autos de fe eran actos públicos organizados por la Inquisición española en los que los condenados por el tribunal abjuraban de sus pecados y mostraban su arrepentimiento —lo que hacía posible su reconciliación con la Iglesia Católica— para que sirvieran de lección a todos los fieles que se habían congregado en la plaza pública o en la iglesia donde se celebraban.
El propósito de los procesos de la Inquisición no era salvar el alma de los condenados sino garantizar el bien público «extirpando» la herejía. De ahí que la lectura de las sentencias y de las abjuraciones tuviera que hacerse públicamente "para edificación de todos y también para inspirar miedo", como señalaba el jurista Francisco Peña en 1578 en su comentario del Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich. Así pues, era imprescindible que el condenado afirmara ante el público congregado que había pecado y que se arrepentía, para que sirviera de lección a todos los que le escuchaban.
Y esto que comenzó como un acto religioso, de penitencia y justicia, acabó siendo una fiesta pública a la que las gentes acudían, curiosas, en tropel.
Según el Manual de Inquisidores de Nicholas Eymerich, "Conviene que una gran multitud asista al suplicio y a los tormentos de los culpables, a fin de que el temor les aparte del mal". "Es un espectáculo que llena de terror a los asistentes y una imagen terrorífica del Juicio Final. Pues bien, éste es el sentimiento que conviene inspirar".
En el relato del primer auto de fe celebrado en Toledo el domingo 12 de febrero de 1486, en el que se dice que 750 judeoconversos reconciliados salieron en procesión de la Iglesia de San Pedro Mártir. "Con el gran frío que hazía, y la desonra y mengua que recebían por la gran gente que los mirava, porque vino mucha gente de las comarcas a los mirar, yvan dando muy grandes alaridos, y llorando algunos se mesavan; créense más por la desonra que recebían que no por la ofensa que a Dios hizieron".
No me ha resultado complejo localizar esta información, me bastó acudir a la wikipedia y parecería cosa del pasado si no fuera porque hoy estamos asistiendo al renacer de esta práctica en el marco de las redes sociales.
Verdaderos reos de organizados autos de fe animalista. Acosados y perseguidos hasta abjurar de sus pecados de acercamiento o comprensión hacia la tauromaquia. Pero no de forma privada, sino colocados en picota pública, amenazados, avergonzados y abochornados por una caterva de dementes, no han podido resistir la presión y se han visto obligados a “reconocer públicamente su culpa”.
Privados sus derechos, de las más elementales libertades, sus casos se airean y ventilan en las redes sociales con estrépito con el fin de extender un sentimiento de terror entre todos los que tengan una imagen pública que puede verse inmediatamente comprometida y vilipendiada.
Y ellos, que se sienten obligados a elegir entre su trabajo, su imagen pública y su afición ceden y se reconocen culpables. Piden disculpas y ofrecen muestras de arrepentimiento para triunfo y alborozo de ese rebaño de descerebrados.
Nadie soy para exigir nada a nadie, pero si para recordar que muchos murieron sin arrepentirse de sus errores pues nada de lo que se les acusaba era pecado.
¿Sirvió de algo? Tal vez a ellos no pero a nosotros sí. Es hoy el día en el que los recordamos como hombres y mujeres dignos de memoria, defensores pacíficos de sus convicciones y ejemplos de libertad y progreso.
Y da igual que se trate de artistas, escritores, cantantes, políticos o cocineros. En estos días ser aficionado a los toros tiene un precio cada día más alto.
Hoy escribo esto con tristeza al ver como en el siglo XXI vuelven a soplar en España medievales vientos de inquisición y censura. Hoy vemos como en España se limita y coarta el libre acceso a la cultura.
¿Deberemos asistir impasibles a los nuevos autos de fe?
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