Hoy es una ocasión perfecta para recordarlo.
Me acuso de haber temido estos días por el maestro Andrés Vázquez.
Me acuso de haber pensado que su aventura de matar un toro a su edad era una locura. Bendita locura.
Me acuso de haber perdido la fe en el torero.
Conociendo a este hombre es una falta imperdonable.
Acabo de ver que ha cortado el rabo de su novillo. Un novillo de Victorino, como siempre. ¡Qué más da que tuviera el hierro de Urcola!
Me quito el sombrero.
Me declaro reconvertido para la fe del toreo: Maestro Andrés, ¡Olé torero! ¡Olé sus cojones!
Mientras tanto, ...cumpliré la penitencia que me fuere impuesta. Amén.
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