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jueves, 24 de octubre de 2013
El peligrómetro. Una invención absurda.
No es una invención mía ya que hay bastante literatura en la que se cita, con muy diferentes usos, este singular instrumento de medición.
Lo traigo hoy a colación porque son muchos los sitios en los que pueden leerse en estos días encontradas opiniones sobre la falta de peligro de la mayoría de los toros.
También hay debates muy interesantes sobre si resulta más peligroso el toro bravo y noble o aquel encastado, fiero y temperamental.
Sería para ello imprescindible desarrollar un sistema métrico universal que permitiera a los taurinos de todo el mundo cuantificar si no la bravura, si al menos la cantidad de peligro que cada toro trae a la plaza desde la dehesa.
Con ello acabaríamos con un debate permanente y, en mi opinión, poco provechoso para la fiesta ya que unos lo utilizan para denostar los evidentes logros de algunos toreros y otros para enmascarar la sosería exasperante del exceso de nobleza cuando no de la mansedumbre.
El peligrómetro, una vez perfeccionado, sería sin duda el instrumento que pondría a todos de acuerdo y traería la felicidad a toreros y ganaderos quienes se verían por fin libres de injurias y agravios al poder exhibir en tertulias un certificado que acreditaría la puntuación ponderada de su actuación en base a este sencillo instrumento.
Los discutidores aficionados, sin embargo, verían finalizada su más ardorosa batalla, aunque no se si esto sería bueno.
A mí personalmente el peligrómetro me resultaría un invento absurdo e innecesario.
El punto de partida es simple:
¿Hay peligro en el toreo?
La respuesta, por evidente que parezca, hay quien la niega. Pero para los que todavía nos impresionamos con la sangre de los toreros, nos provoca otra pregunta:
En el caso de haberlo, ¿de dónde viene realmente el peligro?
Aquí la respuesta ya no está tan clara y resulta esencial para no confundirnos y saber realmente lo que queremos medir.
Sin duda, el peligro viene del toro.
Si, pero ¿dónde está el peligro del toro?
¿Está en su trapío?, ¿en su volumen?, ¿en el tamaño de las astas?, ¿en los kilos?, ¿en el encaste?, ¿en su hierro?, ¿en su mirada?, ¿en su temperamento?, ¿en su fiereza?, ¿en su bravura?, ¿en su nobleza?, ¿en su fijeza?, ¿en su movilidad?, ¿en su falta de movilidad?, ¿en su recorrido?, ¿en sus querencias?...
Tal vez sea más sencillo.
Tengo para mí que el toro tiene peligro porque embiste y el peligro está y aumenta con la capacidad del toro para orientarse y descubrir el engaño del torero.
Y he visto orientarse a grandes y chicos, cornicortos, cornalones, gachos y veletos, nobles y mansos, sosos y encastados, fijos y abantos, gazapones, corretones y parados, francos e inciertos, a los que recortaban y a los que se iban largos.
No he visto ningún toro incapaz de descubrir el engaño del torero cuando éste se equivoca.
No he visto ningún toro sin peligro, que no sea capaz de coger al torero.
Es el torero con su valor y su técnica quien provoca el espejismo y nos llega a hacer creer que el peligro no existe. Y en esto consiste el milagro del toreo.
Bastaría en muchos casos con ver el mismo toro en distintas manos para devolvernos a la realidad.
¿Quieres decir entonces que el peligro viene del torero?
En efecto: de su actitud y de su capacidad.
De la capacidad, a estas alturas de desarrollo de la técnica de torear, permítanme que no dude si hablamos de matadores de toros, y no creo necesario insistir en ello si hablamos de aficionados, becerristas o novilleros.
De la actitud, sí. Y la actitud depende de la persona y de su situación personal.
De cómo el torero decide enfrentarse al toro al toreo depende la cota de peligro (y emoción) que alcanza la faena.
Tanto o más que de las condiciones del toro.
Y como hemos visto a toreros enfrentarse a toros con actitudes defensivas, inconscientes, poderosas, desbordadas, entregadas, de trámite, desafiantes, bozalonas, temerarias, descompuestas, igualmente hemos visto, si lo hemos querido ver, como el peligro se atempera o se dispara en función de la disposición del torero.
Entonces, ¿acaso el peligro está en todas partes?
Exactamente y cambia de sitio constantemente, del toro al torero, del albero al patio de cuadrillas.
Valga recordar aquí al maestro César Girón quien al iniciar el paseíllo decía aquello de "¡Cornadas para todos!".
Aprendamos los aficionados a apreciar donde se encuentra, a no despreciarlo y a darle al peligro la importancia que tiene porque es la base y el porvenir de nuestra fiesta.
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Eres un tío GENIAL como llevar a un debate algo tan importante en el toreo y que además siendo tan difícil evaluar cada instante de peligro y de creación de Arte.
ResponderEliminarMe alegra que te guste Juan. Te agradezco el comentario. Ya veo por ahí que no paras. Un abrazo.
EliminarAun sin entender de toros, me parece un artículo fantástico e interesante.
ResponderEliminarEnhorabuena, Felipe. La verdad es que, efectivamente, no se le da la importancia que tienen los toreros y el peligro al que están expuestos constantemente. Se buscan argumentos para atacarlos ( unos con mayor fundamento que otros, estoy de acuerdo) y se obvia la realidad: ¿Cuántos heridos, algunos de mucha consideración, van esta temporada?
ResponderEliminarUn saludo, Felipe
Por cierto, soy Alberto Marcos Morante.
EliminarAcabo de leer el artículo y estoy de acuerdo. Poniendo un ejemplo que todos entenderemos. ¿ Qué tiene más peligro una arma de fuego por si sola, o aquel que la maneja?.
ResponderEliminarMagnífica entrada y muy didáctica.
ResponderEliminarSaludos