"En días como estos volver la vista a los orígenes de la fiesta, a su carga simbólica se hace más necesario que nunca" |
En los últimos días han muerto dos toreros, Renatto Motta y El Pana. Para sus familias una pérdida irreparable, para los aficionados un motivo de reflexión.
¿Cómo puede amarse una fiesta en la que a aquellos a los que admiramos puede costarles la vida?, ¿cómo asumir la tragedia que cada tarde sobrevuela las plazas de toros?
En días como estos volver la vista a los orígenes de la fiesta, a su carga simbólica se hace más necesario que nunca.
Porque para que la tauromaquia, las tauromaquias, como cualquier otra empresa humana lleguen a perdurar y trascender, es necesario que un mismo sentido y sentimiento una las voluntades de todos cuantos participamos en ellas.
El rito y la naturaleza del hombre
Se ha escrito que los ritos son el sistema natural para recuperar la conciencia de estar vivos. Conciencia de estar vivos que se consigue no de forma individual sino compartiendo con los otros unas mismas experiencias desde las distintas individualidades.
Los rituales fijan las formas en que se representa lo simbólico (ofrendas, rezos, danzas, ceremonias, etc.), promoviendo, con estas formas, la integración social, la solidaridad del grupo, la trasmisión, renovación y revitalización de sus valores.
Encontrar en la brutalidad de la muerte el sentido de nuestra propia vida, es lo que llena de contenido los ritos taurinos.
Desde que nacemos la muerte es una realidad que nos acompaña. Cómo enfrentarla de forma individual y como grupo social han sido siempre necesidades que han distinguido a humanos de animales.
Percibimos hoy en nuestra sociedad una tendencia a esconder la realidad de la muerte, una incapacidad creciente a enfrentarse con ella, a mirarla cara a cara, a asumirla como una verdad cotidiana.
Cada vez se asiste menos a funerales y entierros, se dulcifica el lenguaje, la pérdida se ciñe al ámbito individual y se tiende a prescindir –salvo en las grandes tragedias- del alivio y del apoyo que proporcionan en este trance la pertenencia a un grupo social más amplio.
Es en los ritos taurinos uno de los pocos lugares en donde todavía se conserva con toda su potencia simbólica y cultural, ese valor solidario del grupo que acompaña al individuo en ese momento decisivo de enfrentar la presencia de la muerte y en esa respuesta natural de rebelarse frente a ella e ir más allá desafiándola para trascender.
Trascender en nuestra memoria individual y colectiva, como trascienden los toreros que sucumben al desafío y que aun después de su muerte física, permanecen en la memoria colectiva.
Valores primarios si, duros sí, pero eternos, que han acompañado a lo largo de la historia a todas las civilizaciones y culturas que han existido.
En la nuestra, estos valores todavía perviven en las diferentes expresiones de las tauromaquias.
Creo que reconocer y afirmar estos valores es importante para quien se declare aficionado a las tauromaquias.
En este contexto el toro encarna el símbolo necesario de una realidad inmaterial a la que tememos y frente a la que nos rebelamos.
Es el toro, a través de su peligro quien nos ayuda a tomar conciencia de nuestra propia vida.
Por eso en la tauromaquia al toro se le respeta por encima de todo. Por eso en la tauromaquia al torero se le admira, por su capacidad de enfrentar en nombre de todos nosotros, un desafío que como individuos nos supera.
Por eso los ritos taurinos, aun con su presencia imprescindible, no son ritos de muerte. Son celebraciones de vida.
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